El llanto infantil y el cerebro



Gracias a avances excepcionales en la investigación neurobiológica, los científicos son capaces de entender muchas más cosas acerca de cómo funciona el cerebro humano y cómo se desarrolla. Por ejemplo, saben que ciertos cambios biológicos ocurren en el cerebro de los humanos y primates cuando se sienten en peligro o asustados. El centro de la regulación de conducta del miedo y de otras emociones se encuentra en la amígdala, un grupo de núcleos enterrados profundamente en los lóbulos temporales y el hipocampo, que regula la memoria consciente. “Es el crecimiento del hipocampo, el cortex prefrontal y las áreas relacionadas lo que representa un mayor desarrollo de la conciencia, permitiendo al Homo Sapiens analizar sus sentimientos comparándolos con anteriores experiencias y conceptos”. (1)

Los subsistemas emocionales del cerebro procesan información variada, incluida cómo relacionar el estado real del mundo con las expectativas creadas. Este circuito emocional está conectado fuertemente con la región cerebral que regula la toma de decisiones. De acuerdo con el neurocientífico Joseph LeDoux, “Muchas de las cosas que nos definen emocionalmente las aprendemos a través de la experiencia. Por lo tanto, una de las claves del sistema emocional es cómo aprende y almacena la información”. (2)


Lecciones iniciales de socialización.

Desde su aparición en el mundo, el proceso de socialización humana comienza con diálogos físicos entre madre e hijo.

La regulación temprana de las emociones en el cerebro se da, en un principio, durante los diálogos que se establecen entre madre e hijo a través del intercambio de miradas. La regulación y organización de las percepciones emocionales se desarrolla a través de la interacción continuada del niño con la madre o cuidador. (3) Las investigaciones han demostrado que una madre que se muestra sensible y complaciente hacia la comunicación visual temprana con su bebé, está estimulando un aprendizaje social positivo. En contraste, una madre que no se muestra sensible al contacto visual temprano, no provee de este aprendizaje social positivo, entorpeciendo el proceso de maduración de la afectuosidad humana, que es crítico para un crecimiento emocional sano.

Similares oportunidades de aprendizaje social, se dan cuando un bebé trata de comunicarse a través del llanto. El llanto se puede dar porque el bebé está hambriento, le duele algo, está incómodo o asustado. A menudo al despertarse un bebé comenzará a hacer señales a su cuidador con un gimoteo suave que puede acelerarse hasta convertirse en un llanto frenético si no recibe respuesta. A veces llorar se ha interpretado equivocadamente como una expresión idealizada de cólera o manipulación. Sin embargo, el llanto de un niño debería de ser interpretado como una respuesta de miedo, un miedo invocado por la inconfortable sensación de estar sucio, el rumor doloroso del hambre o la vulnerabilidad de estar solo en la oscuridad. El miedo a los depredadores y a la muerte es una emoción profundamente asentada dentro de nuestra constitución evolutiva biológica. En el origen de los tiempos, las familias y tribus se amontonaban estrechamente juntos en la oscuridad para apaciguar ese miedo. La idea de “seguridad por número” se mantuvo vigente porque un grupo de humanos es mejor protegiéndose de los depredadores que un solo individuo.

Hoy en día, sabemos que un niño está a salvo sólo en su cuna, pero la biología del cerebro infantil está inicialmente codificada con esos miedos innatos, que ya apuntan en su más temprana edad. Cuando el niño se encuentra en un estado de indefensión, miedo y pánico, la amígdala envía mensajes al cerebro para preparar al cuerpo para “escapar o pelear”. Un bebé no puede escapar ni pelear. Si el pánico no es dominado por la intervención de un adulto, el flujo químico y hormonal puede inundar violentamente el cerebro, apuntando específicamente a la amígdala y el hipocampo durante un periodo de tiempo poco saludable. Los niños que lloran y no son atendidos, lo hacen desesperadamente durante una hora o más, hasta que la amígdala se cierra. El niño a su vez aprende tras repetidos episodios que no tiene expectativas de respuesta y consuelo a su llanto y puede deducir que sus necesidades no son merecedoras de atención – una conclusión que finalmente puede afectar al correcto desarrollo de la autoestima del niño. Si bien el cerebro podría determinar que no existe peligro alguno, si no se intenta calmar el estado de confusión emocional del niño, podrían perderse oportunidades vitales de desarrollo y refuerzo de la confianza, seguridad y capacidad de empatía del niño.

Traumas cerebrales tempranos y desarrollo emocional.
¿Qué ocurre dentro del cerebro infantil durante un llanto prolongado?

Dentro del desarrollo del cerebro infantil, las interacciones biológicas y químicas se dan a una tasa fenomenal. Las recientes investigaciones sobre el cerebro, revelan con evidencia creciente que un estrés temprano puede jugar un papel primordial en la posterior vida emocional y en el desarrollo social. La involucración de las neuronas orbitales, temporales y de la amígdala en el procesamiento de la información sensorial (particularmente la visual) con trascendencia emocional, sugiere que esas áreas deben formar parte de un sistema neuronal especializado en procesar los estímulos sociales.

El psicohistoriador Lloy deMause explica que “Los traumas provocados por el desamparo, pueden dañar severamente el hipocampo, matando neuronas (causando lesiones). Este daño es causado por la liberación de una cascada de cortisol, adrenalina y otras hormonas de estrés segregadas durante el episodio traumático, que no solo dañan a las células cerebrales sino también la memoria y ponen en marcha una desregulación duradera de la bioquímica cerebral”. (5) Se cree que la abundancia de repetidas oleadas de estas sustancias químicas y hormonas en el cerebro es la causa de la reducción de la producción normal de serotonina y de la insensibilización de la amígdala, afectando a la capacidad de respuesta a una situación de miedo.

Por ejemplo, los animales que han sido traumatizados de jóvenes crecen más agresivos con menor producción de vasopresina, que regula la agresión y menores niveles de serotonina, que es conocida comúnmente como un neurotransmisor calmante. Un bajo nivel de serotonina es el indicador más importante de violencia en animales y humanos, y se ha relacionado con tasas altas de homicidios, suicidios, piromanías, desórdenes antisociales, auto mutilaciones y otros desórdenes agresivos. (6)

Adicionalmente, “Se ha demostrado que la falta de cuidados maternales tempranos, es la causa de que la región que ocupa el córtex orbitofrontal ( la región cerebral situada detrás de los ojos que permite al individuo reflexionar sobre sus propias emociones y empatizar con los sentimientos de otros individuos) sea diminuta , desembocando en una pobre autoestima y en una tan baja capacidad para empatizar, que el bebé crece literalmente incapaz de sentirse culpable por lastimar a los demás”.(7)

Desde que los más recientes escáneres de humanos vivos demuestran que la amígdala es el centro neurálgico de regulación de conducta del miedo, se cree que esa regulación de conducta también juega un papel primordial en desórdenes ansiosos como fobias, desórdenes de estrés post-traumático, bipolares y desórdenes de pánico. (8) De acuerdo con la Sociedad Americana de Desórdenes por Ansiedad (ADAA), uno de cada ocho niños de edades entre 9 y 17 años, sufre al menos un desorden ansioso cada año. A pesar de su predominio, estos desórdenes a menudo permanecen ocultos o tienen un fallo de diagnóstico hasta que surgen complicaciones posteriores (como una depresión o abuso de sustancias) en la adolescencia o la edad adulta. Dado que gran parte del desarrollo cerebral tiene lugar durante los primeros años de vida, es plausible considerar que repetidos traumas causados por las alteraciones químicas producto de periodos prolongados de llanto, situaciones de ansiedad por separación no resueltas y otras situaciones de respuesta al miedo, pueden predisponer al individuo a un disfunciones emocionales y de comportamiento social en su edad adulta.

Referencias:
1. Lloyd deMause Childhood and History, The Neurobiology of
2. Parallel Memories: Putting Emotions Back Into The Brain, Joseph LeDoux, Neuroscientist
3-6. Lloyd deMause Childhood and History, The Neurobiology of
7. War as Righteous Rape and Purification, by Lloyd deMause
8. Lessons from Fear Conditioning by Mary Lynn Hendrix, OSI, NIMH.

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